domingo, 12 de junio de 2011

CON EL ESPIRITU SANTO…


Pablo VI, refiriéndose a la efusión del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, dijo lo siguiente: “Aunque Cristo después de la resurrección se ha hecho invisible a nuestros ojos, no por eso dejamos de sentir que él vive con nosotros; sentimos su respiración. Llamo respiración de Jesucristo a la efusión del Espíritu Santo”. Este pensamiento del Siervo de Dios Pablo VI nos permite entender la importancia de la fiesta de Pentecostés. No es sólo el recuerdo de la venida del Espíritu Sobre el Colegio Apostólico. Es algo más: el Espíritu se convierte en el protagonista de la misión que Jesús les ha encomendado a sus discípulos. Y así, hace sentir la presencia viva del Resucitado en medio de todos.
La fiesta de Pentecostés viene a ser la fiesta de la mayoría de edad de la Iglesia. Jesús les ha enviado a evangelizar hasta los confines de la tierra, y los discípulos ahora sienten la fuerza del Espíritu que les ha llegado de una manera particular. Con esa fuerza, no sólo son capaces de realizar la misión de evangelizar , sino que hacen sentir la presencia viva de Jesús, en cuyo nombre actúan.
Esto es necesario tenerlo en consideración. Ciertamente que se requieren de métodos y expresiones muy humanas. Pero la acción de los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, es manifestación de “su respiración”. Es decir, manifestación de que sigue manifestándose como Palabra Viva y como salvador de la humanidad, gracias a la acción del Espíritu que da decisión y valentía a los discípulos.
Lo que celebramos el día de Pentecostés es eso: como el Espíritu nos concede su fortaleza y sus dones para poder actuar en nombre de Jesús, hacer presente su Reino de salvación y hacer que la Palabra se sienta como lo que es, Palabra de vida. De igual manera, con la presencia y acción del Espíritu, se garantiza la eficacia verdadera de la acción evangelizadora, cual es que aumente el número de los discípulos, que éstos sean capaces de vivir el bautismo y profundicen las enseñanzas del Señor.
Por otra parte, como nos lo relata el evangelio, los discípulos en el mismo cenáculo recibieron al Espíritu para que fueran capaces de vivir en la paz de Cristo. Vivirla y edificarla, como lo recuerdan las bienaventuranzas. Pablo nos enseña que la Paz de los creyentes es la que viene del mismo Cristo: es decir, la comunión con Él y con los hermanos, vivida en el amor. Con el Espíritu Santo, los creyentes pueden hacer realidad este mandato de paz. Para ello, edifica la unidad en el amor y se manifiesta con la riqueza de sus dones. Los dones son para el beneficio del pueblo de Dios y para la propia santificación de los creyentes.
Celebramos la fiesta de Pentecostés: es la fiesta de la acción decidida del espíritu en medio de nosotros. Es la fiesta en la que reavivamos nuestro compromiso apostólico, sabiendo que todo lo podemos hacer en nombre de Jesús, gracias al Consolador, al espíritu que nos ilumina, nos guía y nos sostiene. Con Él, seguimos sintiendo la “respiración” del Resucitado, que vive y nos hace caminar en la novedad de vida.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.

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