domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de ramos


Durante su vida pública, Jesús fue provocando muchas interrogantes. Así nos los dejan ver los diversos evangelistas al narrar los prodigios del Señor y al transmitirnos sus enseñanzas. La gran pregunta se centraba en quién era Él, con cuál autoridad actuaba… Se sospechaba que era un gran profeta. Por otra parte, Él siempre iba anunciando que había venido a salvar a la humanidad, para lo cual ofrecería su propia vida al Padre Dios. Los escribas y los sumos sacerdotes le acusaban de blasfemo, porque se autopresentaba como Hijo de Dios.
Al inicio de sus últimos días, el mismo Jesús entre triunfante en Jerusalén, donde lo reciben las gentes más sencillas. Se trata de aquellos a quienes no les cuesta entender ni aceptar las maravillas de Dios. Por eso lo aclaman cantando “Bendito quien viene en el nombre del Señor”. Los sumos sacerdotes y los dirigentes del pueblo comienzan a angustiarse un poco más, y comienzan a urdir el macabro plan de su eliminación, para lo cual deberán contar con los romanos.
Al igual que años atrás, cuando unos reyes venidos del Oriente preguntaron por el nuevo Rey, ahora es la gente sencilla del pueblo la que lo aclama como el rey que entra a la ciudad del Reino, es decir Jerusalén. Así se cumplen las escrituras y comienza a cumplirse la hora para la cual había venido. Posteriormente, durante la Última Cena, Jesús dirigirá una oración al Padre en la que precisamente reafirma la irrupción y llegada de la hora definitiva: “Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti” (Jn 17,1 ).
La entrada triunfal a Jerusalén, el domingo de Ramos, viene a ser la puerta de ingreso del Rey que va a terminar de cumplir la misión recibida. Para eso había venido Jesús para manifestar la hora de la revelación suprema, cuando se manifestará, desde su propia humanidad, como el Dios-con-nosotros que vino a servir y no a ser servido; esto es, que vino a cumplir con la promesa de salvación hecha a los primeros padres de la humanidad.
Ha llegado la hora: así lo reconoce la gente con hosannas y el batir de las palmas. Lo reconocen como el que viene en el nombre de Yahvé. Esto es, como el Mesías que va a realizar, de una vez por todas, la liberación plena de Israel y de la humanidad. La gente sencilla lo reconoce, como lo hicieron los pastores y los reyes magos ante el niño nacido en Belén. Y así como este hecho causó miedo e hizo temblar a Herodes, asimismo sucede ahora con los jefes del pueblo: por eso no leen el verdadero significado de esta entrada a Jerusalén. Esperaban al Mesías pero no lo reconocieron. De allí la urgencia que tenían entonces de matarlo a como diera lugar.
Al celebrar hoy la entrada a Jerusalén, acompañando al Señor con nuestros ramos, nuevamente podemos ver en Él manifestada la gloria del Padre y la suya: Dios que nos da la salvación y que nos da a conocer al Padre, con lo cual podemos alcanzar la vida. Así nos lo enseña el mismo Jesús: “Pues ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús, el Cristo” (Jn 173)
Esta conmemoración nos permite introducirnos en el espíritu de toda la semana santa y, a la vez, hacerlo con una actitud de fe: reafirmar que seguimos a Jesús, quien nos dio a conocer la gloria del Padre, porque Él mismo la reflejaba con su propia Persona. Así, podremos celebrar los diversos misterios de la Pascua del Señor con un corazón abierto para llenarnos de su fuerza liberadora y transformadora. Hoy volvemos a reconocer al Dios de la gloria, cuando cantamos “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario