domingo, 18 de marzo de 2012

PARA SALVAR…

En el mundo de hoy, mucha gente anda buscando como condenar todo: desde los delitos hasta la pobreza, desde las cosas malas hasta las buenas. Incluso muchos cristianos andan por ese camino. Sin embargo, si nos decimos –porque lo somos desde el bautismo- discípulos y seguidores de Jesús, hemos de asumir lo que Él nos dejó como legado: su evangelio de salvación. Como nos lo recuerda muchas veces el evangelio, Jesús no vino a condenar sino a salvar. Para ello, además, se presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esto es importante que lo veamos y lo hagamos realidad en nuestras vidas.
Nosotros no somos seguidores de un Dios injusto, castigador y lejano. Somos seguidores y discípulos de un Dios que se hizo hombre para demostrar el amor extremo del Padre Dios. Seguidores de ese Dios tan cercano que se hizo igual en todo a nosotros menos en el pecado. Seguidores, por otra parte, de un Dios de Vida, de amor y de libertad. Para eso vino al mundo, no para condenar sino para salvar., Y desde esta perspectiva, empleando una simbología bíblica, sencillamente vino a acabar con las tinieblas haciendo brillar la luz de la salvación.
Por ello, quienes nos identificamos con Cristo, sin dejar de denunciar el pecado con sus consecuencias tenebrosas, tenemos que apostar más bien por la luz de la salvación. Con ello, no sólo podremos anunciar el evangelio y hacer resplandecer la luz de la Verdad para todos, sino que seremos capaces de contagiar el entusiasmo por las cosas de Dios, que conducen a la vez a la libertad verdadera, la que transforma y cambia radicalmente la existencia humana.
El pecado introdujo la muerte. Jesús viene a vencer la muerte y el pecado, para lo cual se ofrece como víctima propiciatoria. De allí que lo reconozcamos como el Cordero de Dios, la víctima pascual que conseguirá la salvación de la humanidad. Su Pascua, que celebraremos en semana santa, nos introduce en la vida nueva. La tarea evangelizadora de la Iglesia va por ese mismo camino: anunciar el evangelio de Jesús quien por amor nos dio la salvación. Los cristianos somos testigos de esa luz, y somos los estrechos cooperadores de Jesús en la obra que Él realizó con su Pascua. Po9r eso, nos corresponde la tarea de edificar el Reino de Dios en todo tiempo y lugar. Así nos hacemos colaboradores de verdad de Jesús quien no vino a condenar sino a salvar.
Por esta misma razón, entonces, nos corresponde la tarea de salir al encuentro de nuestros hermanos para anunciarles el evangelio de la vida y de la libertad, invitarlos a que se unan a nosotros en la senda que conduce a la plenitud y que entren en la dinámica de la reconciliación. Es un mundo reconciliado el que podrá sentir la fuerza salvadora y liberadora de Jesús. Mientras no hagamos brillar la luz del evangelio, no se podrá hablar de auténtica justicia ni de pleno desarrollo.  El Padre Dios demostró su amor al darnos a su Hijo para que nos consiguiera la salvación. Nuestra respuesta de amor al Padre debe ir por la misma vía: un amor que nos impulse a encontrarnos con nuestros hermanos para caminar juntos hacia su encuentro de plenitud, venciendo el pecado, el egoísmo y las tinieblas… Para ello, contamos con un medio muy particular: la fuerza de la Palabra de Dios, el entusiasmo que nos da el Espíritu Santo y la fuerza de la gracia de Jesús, el Salvador. Con Él, nuestra misión es salvar, no condenar…
+ Mons. Mario del Valle Moronta Rodriguez

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