domingo, 1 de abril de 2012

A MIS HERMANOS, LOS PRESBITEROS DE LA DIOCESIS DE SAN CRISTOBAL.


¡Salud y Paz en el Señor!

El próximo 5 de abril, Jueves Santo, conmemoraremos la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Durante la Misa Crismal, renovaremos las promesas y compromisos sacerdotales, para seguir actuando en el nombre del Señor y al servicio del pueblo de Dios. Por tal motivo, quiero reafirmarles mi aprecio, amistad y fraterna comunión. Como bien lo señala el Concilio Vaticano II, Ustedes son mis “próvidos cooperadores” (L.G. 28) con los cuales, en la comunión del Presbiterio, realizo mi ministerio episcopal. Como nos lo enseña la Iglesia, Ustedes constituyen la primera preocupación del Obispo. El Santo Padre así lo destacaba en su reciente viaje a México: “No menos fundamental es la cercanía a los presbíteros, a los que nunca debe faltar la comprensión y el aliento de su Obispo y, si fuera necesario, también su paterna admonición sobre actitudes improcedentes. Son sus primeros colaboradores en la comunión sacramental del sacerdocio, a los que han de mostrar una constante y privilegiada cercanía”.

Desde esta perspectiva y mirando siempre el bien espiritual de todos y cada uno de Ustedes, les vuelvo a dirigir mi mensaje, con el ánimo de alentarlos y fortalecerlos en el ejercicio de su ministerio pastoral como Configurados a Cristo. En este sentido quiero recordarles unas palabras de Jesús durante la Última Cena, que, dirigidas a sus discípulos encuentran un especial eco en nuestras vidas: “ YA NO LES LLAMO SIERVOS… DESDE AHORA LES LLAMO AMIGOS” (Jn 15,15).

Como bien nos enseña el Beato Juan XXIII, en esto consiste nuestra vida: “es el secreto que explica nuestra existencia: la vocación, el sacerdocio, el apostolado. Jesús nos ha llamado a su entorno desde el silencio de los campos, desde los rumores mundanos de la ciudad, para revelarnos la ternura de su corazón, conducirnos por el camino de la virtud, hacernos frágiles cañas del desierto (Ez 17,34), columnas de su templo, instrumentos validísimos de su gloria”. Con esta hermosa descripción de lo que significa ser amigos del Señor, a Él unidos por la consagración sacramental, podemos encontrar todo un programa para nuestra vida sacerdotal.

No olvidemos que estamos llamados a actuar en el nombre del Señor. Esto no lo hacemos por ser profesionales o funcionarios de una institución religiosa. Lo podemos y hemos de hacer porque hemos sido asociados-configurados de tal manera a Cristo que hemos sido transformados en sus amigos. Esta realidad es la que, entonces, marca nuestro celo apostólico que nos debe distinguir como pastores preocupados por el rebaño a nosotros encomendados y que hemos de conducir a los pastos seguros del encuentro vivo con Cristo.

El Señor nos convierte en sus amigos más íntimos para así poder seguir realizando su obra de salvación en medio de la humanidad. Por eso, hemos de cultivar esa amistad con la oración, con la eucaristía, con la Palabra y con el encuentro de comunión continua con el mismo Jesús. Para ello, ciertamente, el Señor nos regala su gracia y la fuerza de su Espíritu. Una manifestación de esa gracia multiforme de Dios es la fraternidad sacramental. El mismo sacramento que nos convierte en amigos de Jesús nos hace hermanos entre nosotros. Y, como si fuera poco, el mismo Jesús nos da la clave para demostrar que somos sus amigos y discípulos: con el amor fraterno que debe expresarse en cada uno de nosotros sin distinciones y sin condiciones.

Desde ese amor fraterno damos testimonio de nuestra dedicación hacia todos los miembros del pueblo de Dios. Más aún, por ese amor fraterno que nos ayuda a superar tantas dificultades y a eliminar cualquier tipo de división entre nosotros, es como debemos ir al encuentro de los demás, a quienes hemos de atraer hacia el encuentro con el Señor Jesús. De verdad que quiero seguir animándolos en esto: la gente espera por nosotros, que los vayamos a buscar, a consolar, a formar, a contagiar esperanza. La gente espera de nosotros que le brindemos ejemplo, buen trato, testimonio de fe y caridad. La gente espera, con nosotros, caminar hacia el Señor, guiados por nuestra entrega generosa y alentados por nuestro celo apostólico.

No dejemos a un lado nunca la preocupación por los laicos. Muchos de ellos están trabajando con nosotros en nuestras comunidades; a otros hay que animarlos y formarlos; no pocos están alejados. Pero, de manera especial, pongamos nuestra atención en aquellos que son nuestros cooperadores y a quienes también tenemos que hacerlos amigos, como Cristo lo hizo con nosotros. El Papa Benedicto XVI nos lo ha recordado en su reciente viaje a México: “Y una atención cada vez más especial se debe a los laicos más comprometidos en la catequesis, la animación litúrgica, la acción caritativa y el compromiso social. Su formación en la fe es crucial para hacer presente y fecundo el evangelio en la sociedad de hoy. Y no es justo que se sientan tratados como quienes apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar en ella según su propia vocación, y el gran sacrificio que a veces les supone esta dedicación. En todo esto, es particularmente importante para los Pastores que reine un espíritu de comunión entre sacerdotes, religiosos y laicos, evitando divisiones estériles, críticas y recelos nocivos”.

Les garantizo a todos Ustedes el continuo recuerdo en mi oración de pastor. De manera especial el Jueves santo, cuando ofreceré la Eucaristía por cada uno de Ustedes, así como por nuestros seminaristas. No dejen de orar por mí para que, superando mis deficiencias humanas, pueda seguir mi ministerio de servidor y testigo como pastor de esta Iglesia de San Cristóbal,  con la ayuda de la gracia divina.

Les saludo con afecto y les bendigo,

                                   +Mario del Valle, Obispo de San Cristóbal.

San Cristóbal, 31 de marzo del año 2012.

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